Green Building Council España


Transcripción de la ponencia pronunciada por Bruno Sauer, director general de GBCe, en la conferencia final del proyecto REMOURBAN, el 16 de julio de 2020.
Tras la crisis de la COVID-19, ¿qué hemos aprendido para comprender mejor cómo transformar nuestras ciudades en estructuras resilientes que ofrezcan un entorno óptimo para llevar a cabo nuestras actividades diarias?
Antes de responder a la pregunta, es interesante que consideremos la crisis de la COVID-19 desde una perspectiva a largo plazo.
Podemos lanzar una primera reflexión al comparar dos fotografías de las ciudades de Colonia y Pamplona, tomadas en momentos diferentes de la historia. Las imágenes muestran claramente el impacto que tiene una crisis en la ciudad.

En 1945, después de la Segunda Guerra Mundial, Colonia estaba destruida. Gracias a un plan global de reactivación de la economía, en menos de 50 años, Colonia fue reconstruida, al igual que muchas otras ciudades europeas. La reconstrucción del tejido urbano impulsó un crecimiento económico y tecnológico constante y el confort humano y la esperanza de vida aumentaron. Sin embargo, ahora hemos sido conscientes del impacto que esto tuvo en el medioambiente.

En 2013, el fotógrafo Pedro Armestre tomó una fotografía de Pamplona que fue galardonada con el Premio Ortega y Gasset. La imagen muestra el uso que las personas le dan a los espacios comunes. En 2020, Armestre volvió a tomar una fotografía del mismo lugar para mostrar cómo una pandemia puede dejar a las ciudades sin alma.  Sin gente que comparta el espacio, sus actividades e intereses, las ciudades no son más que entornos construidos, nada más. Las ciudades existen gracias a las personas.
Estos dos ejemplos nos llevan a una segunda reflexión. ¿Qué es lo que hace que entremos en una nueva era? ¿Qué es lo que crea la identidad de un siglo?
El siglo XIX terminó en 1914 debido a un conflicto político. En ese momento, se dio un paso adelante en el modo en que Europa había sido gobernada durante siglos: expansión territorial basada en el poder y la fama de un grupo reducido de individuos, alimentada por interpretaciones subjetivas de la justicia histórica.
De hecho, el verdadero siglo XX no comenzó hasta 1945. Los 30 años anteriores fueron un intento de “búsqueda y fracaso” para restablecer un nuevo orden. En 1945 firmamos un acuerdo de paz global y comenzaron a instaurarse sistemas de financiación pública para fortalecer la industria, las ciudades, la sociedad, la salud y el bienestar, y así retomar la confianza en otras naciones y culturas. Pero con la terrible y equivocada convicción de que nuestro planeta podría soportar cualquier ritmo de reconstrucción y ser “vaciado” de sus recursos naturales y “llenado” de basura tecnológica.
El gran colapso financiero de 2009-2010 terminó con el crecimiento ilimitado basado en las necesidades individuales de personas que se hacían cada vez más ricas. El siglo XX terminó en 2015, no en el 2000, cuando las Naciones Unidas presentaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, un nuevo marco político para definir cómo debemos desarrollar nuestra sociedad a un nivel global. Paula Caballero hizo la propuesta a la ONU de transformar los Objetivos del Milenio en Objetivos de Desarrollo Sostenible. En noviembre de 2019, sugirió que probablemente agregaría un decimoctavo objetivo: “Cambio en el comportamiento humano”.  Ocho meses después, en junio de 2020, sus palabras fueron llevadas a la práctica debido a una crisis de salud mundial y un ejercicio global de adaptación del comportamiento humano para resolver la crisis. Todas las personas del mundo están demostrando que la única manera de contener el coronavirus es modificando su comportamiento. Esta misma reflexión se hizo durante décadas como una de las soluciones al cambio climático. Sin embargo, confiamos demasiado poco en nosotros mismos, en las decisiones políticas (inexistentes) y en los avances tecnológicos, y la cruda realidad muestra que el cambio climático no tiene solución en absoluto.
El siglo XXI comenzó en 2020 con una destrucción global de la zona de confort de las personas, por un virus que es inmune a las fronteras nacionales, a las diferencias culturales, a la riqueza individual o a la inteligencia cultural. Es la primera vez en muchos siglos que la gente habla seriamente del declive económico como la solución para un nuevo modelo de desarrollo.
Conclusión: el principal desafío del siglo XXI no es tecnológico, sino humano.
Pregunta: ¿cómo podemos crear un nuevo modelo de sociedad que sea resiliente en un futuro cambiante y ponga en el centro el comportamiento humano?
La investigación científica muestra que hay 9 factores que influyen en el comportamiento humano:

  1. El entorno social
  2. Emociones y asociaciones
  3. El entorno físico
  4. Imagen propia
  5. Capacidades personales
  6. Hábitos y automatismos
  7. Actitud
  8. Intención
  9. Conocimiento

El tercer factor, el entorno físico, se refiere al espacio donde vivimos y trabajamos. La calidad del ambiente que nos rodea, el diseño, las proporciones, los colores, el olor, el grado de satisfacción, la funcionalidad, las facilidades de ser atendido, etc.
¿Cómo puede el espacio interior y exterior ayudarnos a comportarnos de una manera u otra?
Si hubiéramos planteado esta pregunta al alcalde de una ciudad en el siglo XX, habría llamado a un urbanista y le habría asignado rediseñar la ciudad según el impacto en el comportamiento humano. Probablemente, el urbanista habría trabajado durante meses en la oficina, junto con arquitectos, ingenieros y planificadores urbanos, para presentar una estrategia y un plan abrumadores. En el siglo XXI y habiendo entendido los factores que influyen en el comportamiento humano, el alcalde debería salir al balcón y gritar: “Querido ciudadano, ¿cuánto espacio tenemos disponible para transformar nuestra ciudad? ¿Cuánto espacio estás dispuesto a transformar para favorecer al bienestar común?”
Esta pregunta nos lleva a la tercera reflexión. El espacio urbano es, al igual que el agua dulce y limpia, la energía y los minerales, un recurso escaso. Tenemos lo que tenemos. Las ciudades se construyen. Las proyecciones demográficas en Europa muestran una disminución de la población. Las ciudades no deben ser ampliadas. La materia prima de la que disponemos para transformar las ciudades es limitada.
Al llegar a esta tercera y más estratégica reflexión, me gustaría compartir el concepto de diseño co-lógico. Co-lógico se refiere a coherente, común y complejo. Tres principios básicos de las estructuras ecológicas. El pensamiento del diseño co-lógico se basa en:

  1. El enfoque en el terreno común: la historia nos muestra que el enfoque en el crecimiento y el poder individual nos lleva a la destrucción.
  2. Una toma de decisiones colorida: durante la toma de decisiones, cada momento puede tener un “color diferente”, es decir, un enfoque diferente. Nuestra realidad es mucho más compleja que hace un siglo y necesitamos flexibilidad intelectual en el momento de tomar decisiones.
  3. La realidad local por encima de la uniformidad global: la última crisis nos mostró claramente que la uniformidad en los desarrollos globales nos lleva a una pobre resistencia ecológica. La aportación mundial a una realidad local solo puede ser enriquecedora si se puede adaptar a la realidad local.

Con esto en mente y entendiendo que nos estamos centrando en el entorno físico, podemos hacer el ejercicio de definir los principales retos de una ciudad resiliente.
Los principales desafíos son:

  1. Descarbonización
  2. Adaptabilidad
  3. Reducción del estrés por calor
  4. Gestión de los riesgos de inundación
  5. Densidad
  6. Propiedad público-privada
  7. Salud y bienestar
  8. Biodiversidad
  9. Movilidad
  10. Complejidad de la economía local

Volvamos a la pregunta que el alcalde hizo a los ciudadanos y convirtámosla en la pregunta clave: “¿Qué tipo de espacios podemos transformar para dar a los ciudadanos un entorno físico que facilite la adaptación de su comportamiento para tener éxito en la transformación de la ciudad hacia un entorno más resiliente?”
Las palabras clave de esta pregunta son:

  1. El espacio como un nuevo recurso escaso
  2. Adaptación del comportamiento como la 18ª propuesta de los ODS
  3. La transformación es la principal actividad a escala de ciudad para el siglo XXI

Aunque debería ser el ciudadano de cada ciudad quien diera la respuesta, un estudio de las posibilidades nos lleva a 5 entornos físicos, susceptibles de ser transformados:

  1. Las calles

Desafíos: descarbonización, adaptabilidad, reducción del estrés térmico, gestión del riesgo de inundaciones, propiedad público-privada, salud y bienestar, biodiversidad y movilidad.
Después de la crisis de la COVID-19, en la que las personas han demostrado una gran capacidad de adaptación al trabajo a distancia, no hay razón para retrasar la reconsideración del uso del espacio exterior común, hasta ahora dominado principalmente por la movilidad de los automóviles individuales. En un modelo de ciudad donde el coche es el centro del espacio común y domina el diseño del espacio urbano es imposible adaptarse a las nuevas necesidades que puedan surgir. En el siglo XXI tal limitación no tiene ningún sentido. El espacio disponible para los coches debería reducirse a un 20% del espacio actual, porque necesitamos el otro 80% para otros usos.

  1. Plazas

Desafíos: adaptabilidad, reducción del estrés térmico, gestión del riesgo de inundaciones, propiedad público-privada, salud y bienestar, biodiversidad y una economía local flexible.
Las plazas suelen considerarse como espacios urbanos comunes y flexibles. Deberían convertirse en los principales elementos de una red de soluciones basadas en la naturaleza para la adaptación al cambio climático. La reducción del estrés térmico y la gestión del riesgo de inundaciones deben realizarse en espacios urbanos más grandes.

  1. Uso de la planta baja

Desafíos: descarbonización, adaptabilidad, propiedad público-privada, movilidad y una economía local flexible.
En la intersección del desarrollo vertical y horizontal de la ciudad está la planta baja de los edificios. En general, el desarrollo vertical está relacionado con la propiedad privada, y el desarrollo horizontal con la propiedad pública. La planta baja es un lugar donde la propiedad privada tiene un uso público. En momentos de crisis o ante la necesidad de adaptar la ciudad para ser más resiliente, este espacio de intersección es clave para tener un tejido urbano flexible y adaptable. ¿Por qué tenemos tantos espacios en planta baja que no se usan, alquilan o venden? ¿Por qué no podemos usar estos espacios disponibles para crear un terreno común o lugares de emergencia en tiempos de crisis? Esto es sin duda un problema de diseño, pero primero necesitamos debatir más sobre las estructuras de propiedad privada-pública. En una estructura co-lógica esta simplicidad de estructuras de propiedad sería un obstáculo para futuros desarrollos.

  1. Viviendas

Desafíos: descarbonización, adaptabilidad, densidad, propiedad público-privada, salud y bienestar, movilidad.
La presión social durante la crisis de la COVID-19 se concentró físicamente en el interior de nuestras viviendas. De un día para otro, tuvimos que convertir nuestras casas en oficinas, casas, escuelas, lugares de entrenamiento… todo al mismo tiempo y, sobre todo, proporcionar el espacio suficiente para la privacidad de las personas. Esto fue en un momento de crisis extrema y probablemente las cosas ya no sean así, pero el futuro de nuestros hogares estará en algún lugar entre el pasado y el presente. ¿Qué pasa con el espacio al aire libre? ¿Qué hay de la privacidad? ¿Qué hay del confort acústico? ¿Qué hay de poder compartir tu espacio con otras personas confinadas en tu casa porque quieres ayudarlas? ¿Tus padres? ¿Un viejo amigo?
¿Qué pasa si esto no ocurre debido a un virus, sino debido a una fuerte inundación o intensas olas de calor?

  1. Bloque de ciudad

Desafíos: descarbonización, adaptabilidad, reducción del estrés por calor, gestión del riesgo por inundaciones, densidad, propiedad público-privada y biodiversidad.
Si el primer principio del diseño co-lógico es “centrarse en el terreno común”, y nos fijamos en la transformación de la estructura de la ciudad, el primer terreno común de nuestras casas es la manzana de la ciudad. Físicamente estamos conectados unos con otros; compartimos tejados, sótanos, calles… Siendo así, ¿qué podemos compartir entre nosotros para aumentar la eficacia de la infraestructura de nuestra ciudad? ¿Tejados? ¿Sótanos? ¿Balcones comunes? ¿Patios interiores? ¿Fachadas? ¿Cuáles son los espacios en los que podemos ampliar las soluciones tecnológicas sin perder la libertad y la privacidad individuales, o al menos, no de tal manera que rechacemos las transformaciones necesarias?

GBCe apoya el proyecto europeo REMOURBAN, en cuya conferencia final fue pronunciado este discurso por Bruno Sauer, director general de GBCe. Conoce los principales proyectos en los que estamos participando o desarrollando desde GBCe: https://gbce.es/proyectos/