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Ya iba siendo hora

Ya iba siendo hora

Escrito por: Emilio Miguel Mitre, responsable de relaciones internacionales de GBCe.

«There is not such a thing as «a good building» if it is not a climate-adequate building».

Esta expresión: “no se puede decir que un edificio es bueno si el edificio no es climáticamente adecuado” es fantástica. Escuchada por quien, como yo, lleva toda su vida profesional diciéndola, oírla significa un gran logro. Especialmente porque quien la pronuncia es una personalidad destacada en el AIA (American Institute of Architects), la gran corporación profesional de los arquitectos norteamericanos. Y además porque se pronuncia en el marco de “Carbon Positive RESET! 1.5ºC”, un evento online promovido por Architecture 2030, que tiene al frente una de las figuras más señaladas del movimiento bioclimático desde los años 70 del pasado siglo: Edward Mazria.

Yo sé que ahora esta idea ya la compartimos muchos arquitectos del mundo, y también muchas otras personas. Sé que ahora ya muchos colectivos profesionales de arquitectos de todas partes han declarado la emergencia climática. Pero también sé, porque lo he vivido, que durante muchos, muchos años, la mayoría de los arquitectos han hecho oídos sordos a este mensaje, no dejando que las cosas del medio ambiente llegaran ni siquiera a convertirse en criterios de su diseño, dejando que primaran otros criterios, mirando para otro lado cuando se hablaba de estas cosas.

Esto a mí siempre me ha dado rabia, pero así eran las cosas. En mi opinión, en la primera mitad del siglo XX, cosa que quedó completada en unas pocas décadas con el llamado “estilo internacional” los arquitectos empezamos a perder toda nuestra soberanía del diseño ambiental interior.

Y lo hicimos por lo que a mí me parece “un plato de lentejas”: para poder tener toda la libertad del mundo con nuestros diseños, en especial nuestras fachadas, cuya forma consiguió liberarse al máximo (hasta poder ser la mínima expresión de una lámina de cristal transparentísima), pusimos en manos de otros profesionales, los ingenieros, la capacidad de acondicionar (“atemperar” que diría mucho mejor el maestro Reyner Banham) los edificios.

Así nosotros ya podíamos diseñar lo que fuera, que otros técnicos vendrían a resolver el problema del atemperamiento… (que, en muchos casos nosotros habíamos creado, hay que decir), haciendo de ello una industria de lo más industriosa. Los criterios medioambientales verdaderamente no solo no se encontraban ni en escuelas de Arquitectura (o mínimamente), ni en concursos ni, mucho menos, en los criterios mercantiles de la producción y venta arquitectónica, sino que además eran denostados, primero por irrelevantes (por no utilizar una expresión degradante) y luego por costosos.

Diríase que ahora todo esto está empezando a cambiar. Parece que ahora empieza a ser de mercado. Dicen que “nunca es tarde si la dicha es buena”. De lo de que no es tarde no estoy nada seguro; acabamos de oír por ejemplo que algo así como que en las últimas cuatro o cinco décadas se han perdido (de manera irrecuperable) dos terceras partes de la biodiversidad mundial. También hemos escuchado que la situación está a punto de ser irreversible, lo que significa que, si se superan estos 1,5 ºC de incremento global de temperatura (o los 2 ºC a los que más que probablemente ahora vamos abocados) el cambio será irreversible, lo cual quiere decir no solo que las temperaturas seguirán subiendo de una manera que descabala cualquier modelo, sino que tendrá un efecto devastador sobre la vida actual como la conocemos.

La emergencia es real, por eso conviene que todos compartamos este mensaje, y que entendamos lo que significa, y que nos apliquemos a buscar soluciones.

¿Son nuestros edificios, o en sentido más amplio, nuestro entorno edificado “climáticamente adecuados”?

La respuesta es que no, porque nuestro entorno edificado, en su gran mayoría no está preparado para soportar bien el clima actual, mucho menos el clima que viene. Soportar por ejemplo, un clima como el de Madrid, que ya empieza a estar bastante recalentado en verano, y que en un par de décadas probablemente esté más cercano al de Marrakech…, deberíamos estar interviniendo ya en el diseño urbano con esta perspectiva para crear un microclima urbano más suave.

La inmensa mayoría de nuestros edificios tampoco están diseñados climáticamente (o por nombrar con más precisión la disciplina que ha guiado toda mi producción arquitectónica: bioclimáticamente). Y tampoco los materiales que utilizan son respetuosos con el medio ambiente, lo cual incide por otro lado sobre el clima.

Así que la frase de que “no se puede decir que un edificio es bueno si el edificio no es climáticamente adecuado” dice mucho más de lo que parece que dice y se convierte en ontológica, exponiéndonos a la realidad de que la humanidad vive mayormente en edificios malos.

Ya no se trata de la mitigación (que es la expresión que se utiliza para querer decir que se puede hacer menos daño al medio ambiente), sino que cada vez se convierte más en un problema de adaptación (que lo que pretende en el fondo, literalmente, es que no se nos lleve el clima por delante): nuestra edificación está -es- inadaptada, y requiere una puesta al día urgente, en la que todo el conocimiento disponible deberá armonizarse para dar una respuesta que nazca del propio entorno edificado, en la que la mecánica no domine a la arquitectura y al urbanismo, sino que esté a su servicio.

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